Una vieja locomotora, vestida de blanco, avanza poderosa sobre los viejos raíles, corriendo un mundo de progreso y tradición.
Sueño de diciembre
Filosofía, cultura y educación
Una vieja locomotora, vestida de blanco, avanza poderosa sobre los viejos raíles, corriendo un mundo de progreso y tradición.
Sueño de diciembre
Un profesor
es quien es capaz de reunir. No reúne botijos, cromos, álbumes o sellos, sino personas. Reunir a personas no significa despacharlas con cualquier discurso o speech, sino hacer que se sientan
integradas, acogidas, escuchadas. Enseñar es el arte de reunir, incluso entre
quienes se empeñan en ser dispersados y sólo están ahí para hacer pasar el
tiempo.
El maestro es quien hace de la palabra lazo y del vínculo ocasión para seguir reunidos.
Quiero contarte un cuento sobre una
llave que no fue usada...
...sobre un aula de clases a la que no
se acudió...
...sobre un patio de recreo que fue
silenciado...
...sobre un libro que no fue leído...
...sobre una solitaria granja sitiada y
sobre sus frutos que nadie recogió...
...sobre una mentira que no se descubrió...
...un cuento sobre una iglesia en la que
ya no se reza...
...y una mezquita que ya no está en
pie...
...y una cultura de la que ya no se
disfruta...
Quiero contar un cuento sobre un techo
con hierba y lodo...
...sobre una piedra que se enfrentó a un
tanque...
...y sobre una empecinada bandera que se
niega a ser arriada...
...sobre un espíritu que no puede ser
derrotado...
...quiero contarle al mundo un cuento.
NÁHIDA IZZAT, matemática y escritora
palestina, nació en 1960 en Jerusalén y debió exiliarse junto con su familia
tras la Guerra de los Seis Días en 1967. Vive en el Reino Unido.
Una ciudad de puntos destellantes me seguía mientras caminaba desprovisto de hogar y mochila. Atravesaba valles y soles, prados y verdes, aguardando solo a encontrar en ella algo de mi insignificancia. De pronto, haciéndose el paisaje pequeño, una casa rota de piedras anaranjadas interrumpía mi paso mientras las paredes se volvían de plástico y la entrada se estrechaba hasta volverse de juguete.
Me esperaba con los ojos abiertos, y entraba deshaciéndose la cera de los techos y cayendo los pájaros del cielo.

A mi padre, que me hizo amar el cine
Si de niño me despertaba con fiebre -no con demasiada, porque entonces tendría que permanecer en la cama, pero sí con la suficiente para no tener que ir al colegio y poder levantarme-, me dirigía al salón para tumbarme sobre los dos cojines y encender el vídeo de VHS. Hablamos de principios de los noventa, cuando en televisión reponían ciclos de cine clásico en horas razonables y los programas de cultura se podían escuchar. Uno de aquellas mañanas, lo recuerdo muy bien, vi por tercera o cuarta vez La ventana indiscreta, de Alfred Hitchcock, pero la vi con ojos especialmente penetrantes, más abiertos de lo habitual, como si aquella película me fuera a pertenecer un poquito más, o yo fuera a pertenecer a ella.
Pasados unos cuantos años escribo este texto que titulo ¿Por qué miramos lo que no queremos ver? Una aproximación al cine de Alfred Hitchcock y David Lynch, y que publica en su último número la Revista Ábaco.
¿Qué significa enseñar? ¿A qué se dedica verdaderamente un profesor de
instituto? Un profesor procura que a su alrededor todo fluya, toda corra, todo
esté en su lugar. Un profesor procura que los alumnos estén sentados donde
deben, y que no se levanten cuando no deben. Un profesor procura que las
palabras no suenen cansadas y que el tono llegue hasta el penúltimo de la fila.
Procura cerrar la puerta a tiempo, y abrirla cuando suena el timbre de salida.
Un profesor procura alcanzar su pupitre y centrarse antes de que los alumnos se revuelvan. Procura que los compañeros de siempre no traigan malas
caras y, cuando las traen, que aún sonrían cuando suena la llegada.
Un profesor procura subir las escaleras de los viernes, sin olvidar de nuevo las llaves. Procura no mirar a quienes giran la cabeza y sonreír a
quienes los hacen los lunes de febrero. Procura mirar las actas y ver qué pasa
si se pone una palabra del revés; sentarse en su sitio de siempre, quizá junto
a esa persona que alguien amó pero que siempre calló. Y que las plantas crezcan
hacia arriba y los soles sigan calentando, y que los alumnos compartan y no se
den patadas en la espinilla.
Y procura, cada mañana, después de todo, poder llegar a tiempo.
Comparto este
poema que escribe mi padre, y que habla de las palabras que devoran y renuevan
el mundo. ¿Qué conserva la transmutación de la Palabra? ¿Qué pérdida es esa que
deja el poema en el camino? ¿Y qué es lo que gana con el color, el canto y el metal?
Siempre estaba atento a la voz que le dictaba
para escribir las palabras que luego eran ya suyas
con su afilada pluma
sus hojas blancas
la tarde
las horas
el silencio
y cuando se secaba la plumilla tentaba el tintero
y a veces no acertaba a clavarla en el vientre de la tinta
y tentaba el aire limpio de las afueras
y así escribía unos versos entonces transparentes
y al leerlos despacio se admiraba de ellos
y de la voz muda que los dictó en silencio
y los hacía suyos su memoria
y poco a poco en su taller los llevaba a ser pinturas con signos de
colores
y esculturas de hierro y aire
y notas cantadas por pájaros en selvas inacabables
y rezos de monjas ensimismadas y místicas
aquellas palabras invisibles que al tentar el vacío del tintero eran
llegadas
llenaban las estanterías que amueblaban los sueños.
Miguel Porcel,
Octubre, 2025